Que la Reina no opine. Ésta fue una premisa que funcionó como axioma durante muchos días de la semana pasada. Y como esposa que es del Rey, puede que sea más acertado que no opine; aunque acertado hubiese sido que no lo hubiesen escrito. Ahora, resulta que vamos a prohibir pensar incluso a la gente.
Según cómo se diga, es fácil tachar a cualquiera de franquista o de lo que sea. Porque sólo se puede estar de acuerdo con lo que dice el país. Lo que éste dice es ley; lo que dice su manual de estilo, sagrado. De entrada, a Franco no lo conocimos y a Carrillo tampoco, con lo que tampoco se tiene por qué caer en el comunismo. La cuestión es que otros personajes no solamente dicen sino que prostituyen la integridad del estado.